Thursday, June 17, 2010

chattus interruptus

(Traducción al español a continuación)


Turn that thing off. Please. You know who you are.

I had a close encounter with you just the other day as I was trying to tell you a story ~ a personal story, one that really meant something to me. Your cellphone rang. It was your kid/spouse/veterinarian/hairdresser/long lost friend who found you on Facebook after 20 years . . . I honestly don't remember who. I just remember that the call was followed by a text that you just had to answer. And I realized in that moment: I no longer wanted to tell you my story. So I didn't.

OK, I made up that particular situation, but it's based on oh so many encounters I have had in recent years with cellphones and smartphones and call-waiting and twitter, as instant communication and mindless multi-tasking have become the norm.

Our ever-expanding communication network seems to be exposing something that has always been endemic to the human condition: our difficulty with staying in the present moment.  We are now perpetually on alert for the next phone call, the next text, the next something that promises more fulfillment than whatever is happening in the here and now.   And if the call doesn't come, we can escape halfway around the world with the touch of a button. 

Without a doubt, there is something miraculous about the connections that are now possible, and the ease with which we can stay in touch and access information which not so long ago required a trip to the library. But we now "communicate" so readily, so frequently ~ often in soundbites and shorthand ~ that the subtleties of communication are lost, so much so that we often end up communicating not very well at all. . . this as we are bombarded non-stop with information that we have no time to thoughtfully process. 

What happens to us when we never unplug?  Can our souls survive 24/7 accessibility? What happens when our minds ~ when we ~ never shut up?

Perhaps a story is in order.  This one was shared by one of our Hospice chaplains at a recent morning meeting.

The story is told of a young man seeking wisdom, who ends up where all young men seeking wisdom do, atop some mountain in the hut of some old sage/guru.  The young man, excited to be in the presence of the sage, begins to ask him questions . . . to which the sage says nothing.  Feeling awkward, the young man begins to share all that he has seen, learned, and experienced in his life.  To which the sage continues to remain silent. 

As the young man continues to chatter on, the sage finally gets up and brings a tea cup which he sets in front of the young man.  The sage begins pouring tea into it; the young man takes only passing notice of this and continues expounding on his knowledge and experiences.  As the sage pours, the tea finally reaches the top of the cup and begins to run over the sides . . . down onto the saucer and onto the table . . . The young man is perplexed by this, but continues on until the tea finally begins running down the table onto the floor.  Finally the young man stands up and shouts at the sage:  "What are you doing?  Can't you see that the cup is full?  There's no more room for tea in it!"

To which the sage finally responds to the young man:  "You are like this cup.  You are so full you have no room for anything else.  Before you can learn, you must empty yourself.  Then you will be able to receive what you are looking for."

A friend of mine stated it even more simply with this morning blessing. 

Oh, God
Open my mind
Bless my heart and
Shut my mouth!
Amen.

It's not a bad way to start the day.

You may say I'm a dreamer . . . but I refuse to surrender my soul to the overloaded, multi-tasking life.  I want a life that has room for silence, a life in which the most important spiritual discipline is simply stopping and paying attention.  That means looking self-righteous indignation in the eye on a regular basis.

If I'm honest with myself, I have to admit that cellphone interruptions annoy me not only because they are often rude and disrespectful, and representative of our modern, frenetic lifestyle. The rest of the story is this: they push my buttons because, quite frankly, they remind me of the continual stream of distractions that flows through my own mind, steering me away from the here and now (and often into regret or envy or resentment).  I am learning to talk to myself gently, but firmly, about this problem.  I try not to do it out loud ~ at least not in public ~ but here's what I say to myself when my mind is running amok:

Turn that thing off.  Please.  You know who you are.

It works every time.





Apaga esa cosa.  Por favor.  Tú sabes quien eres.

Tuve un encuentro contigo el otro día mientras trataba de contarte una historia ~ una historia personal, que tenía gran significado para mí.  Sonó tu celular.  Fue tu hija/esposo/veterinario/peluquera/amigo de antaño que te encontró en Facebook después de 20 años . . . la verdad no recuerdo quien.  Sólo recuerdo que después de la llamada, llegó un text que tenías que contestar.  Y me di cuenta en ese momento:  ya no quería contarte mi historia.  Así que no lo hice.

OK, inventé esa situación, pero está basada en tantos encuentros que he tenido en los últimos años con los celulares y teléfonos inteligentes y llamada en espera y twitter, mientras la comunicación instantánea y multi-tareas sin sentido se ha convertido en la norma.

Pareciera ser que nuestra red de comunicación en continua expansión está sacando a la luz algo que siempre ha sido endémico a la condición humana:  lo difícil que es quedarse en el momento presente. Ahora estamos constantemente en alerta por la próxima llamada de teléfono, el próximo text, el próximo algo que nos prometa más satisfacción que lo que está sucediendo en el aquí y ahora.  Y si no llega la llamada, podemos escapar al otro lado del mundo con solo apretar un botón.

Sin duda, hay algo casi milagroso de las conexiones que ahora son posibles, y la facilidad con que podemos mantenernos en contacto y conseguir información que, no hace mucho tiempo requería una excursión a la biblioteca. "Comunicamos" tan fácilmente, tan frecuentemente ~ muchas veces con abreviaturas y pedacitos de oraciones ~ que se pierden las sutilezas de la comunicación, tanto que terminamos comunicando muy mal, si es que comunicamos . . . todo esto mientras estamos bombardeados incesantemente con información que no tenemos el tiempo para procesar cuidadosamente.

¿Qué nos pasa cuando nunca nos desenchufamos? ¿Pueden aguantar nuestras almas la accesibilidad 24/7? ¿Qué pasa cuando nuestras mentes ~ cuando nosotros ~ nunca nos callamos?

Hace poco, uno de nuestros capellanes de Hospicio compartió esta historia:

Se cuenta la historia de un hombre joven que buscaba la sabiduría, que llega a donde todos los hombres jóvenes que buscan la sabiduría llegan, encima de una montaña en la choza de algún viejo sabio/gurú.  El hombre joven, emocionado de estar en la presencia del gurú, empieza a hacer preguntas . . . a las cuales el gurú no dice nada.  Sintiéndose un poco incómodo, el hombre joven empieza a compartir todo lo que ha visto, aprendido, y experimentado en su vida.  Y el gurú sigue callado.

Mientras el hombre joven sigue hablando, el gurú por fin se levanta y pone una taza enfrente del hombre joven.  El gurú empieza a servir té en la taza; el hombre joven lo mira de reojo y sigue hablando de su conocimiento y sus experiencias.  Mientras el gurú le sirve, el té por fin llena la taza y empieza a derramar de la taza . . . al platillo y a la mesa . . . El hombre joven se confunde por esto, pero sigue hasta que el té empieza a derramarse en el suelo.  Entonces el hombre joven se levanta y le grita al gurú:  "Qué está haciendo?  ¿No puede ver que la taza está llena?  ¡No tiene más espacio para el té!"

Por fin le contesta el gurú:  "Tú eres como esta taza.  Estás tan lleno que no tienes espacio para otra cosa.  Antes de poder aprender, debes vaciarte.  Entonces podrás recibir lo que buscas."

Un amigo mío lo expresa más sencillamente, con esta bendición:

Oh, Dios.
Abre mi mente.
Bendice mi corazón
Y cállame la boca!
Amen.

Buena manera de comenzar el día, yo creo . . .

You may say I'm a dreamer . . . pero me niego a rendir mi alma a la vida sobrecargada de multi-tareas.  Quiero una vida con espacio para el silencio, una vida en que la disciplina espiritual más importante sea el acto de parar y prestar atención.  Y eso requerería que examinara, de vez en cuando, mi indignación moralmente superior.

Si me digo la verdad, tengo que reconocer que las interrumpciones celulares me molestan no sólo porque son descorteses e irrespetuosos, y representan nuestro estilo de vida frenético.  El resto de la historia es esto:  me molestan porque, francamente, me recuerdan el flujo continuo de distracciones que pasa por mi mente, que me lleva lejos del aquí y ahora (y muchas veces hacia la envidia, el resentimiento, o el arrepentimiento).  Estoy aprendiendo a hablarme a mi misma, con calma pero firmemente, acerca de este problema.  Trato de no hacerlo en voz alta ~ por lo menos, no en público ~ pero aquí está lo que me digo cuando mi mente se vuelve desenfrenada:

Apaga esa cosa.  Por favor.  Tú sabes quien eres.

Siempre funciona.