Friday, February 9, 2018

lost sheep


Maybe she never had a chance; maybe she did, but didn't take it. Either could be true. Or both.

Maybe the chance came along and she just didn't know what to do with it.

Hold that tension as you gaze upon her coffin, ceremonially blessed with sage and covered with a Pendleton blanket. Hold the picture you picked up when you entered the church ~ you can't seem to put it down. Your eyes jump between the coffin and the picture. Oh, that picture! She looks about 13, wearing a gaudily striped dress that just screams 1970. Smiling the awkward grin of adolescence, she looks happy and her eyes are sparkling. That's what takes your breath away: her eyes ~ bright eyes that were long gone by the time you met her as she roamed the streets of Downtown, looking for the next fix. Bright eyes that began to fade the very first time she felt the sweet rush of heroin in her veins, the sweetness soon morphing into despair and degradation. Bright eyes that died so many years before her body took its last breath.

Bright eyes. Dead eyes.

You look again at the picture. Was it her Confirmation? She is standing in front of a picture of The Good Shepherd. And as the liturgy goes on, you start to have a little chat with your friend Jesus. Because seriously, it doesn't look like he managed to find this lost sheep, at least not while she was walking this good earth. (Clearly you have been to way too many funerals like this, for lost sheep like her). You can feel Jesus rolling his eyes at you, because he knows that you know that getting found is no simple, easily explained thing. So you give him the benefit of the doubt, since you know him to be crafty and full of surprises. Even so, the talk of eternal life and consolation from the pulpit rings hollow.

Your mood starts to lift, though, and you find yourself being naughty as the mass moves on, whispering stories in the pew with a couple of pals who had also experienced her amazing ability to tell people to fuck off. In a calm monotone, with just a hint of native lilt, it would go like this:

Do you have a cigarette?
You know I don't smoke.
Well, fuck you.

You're going to have to leave Nativity House today. There's no drug dealing here.
Yeah, well I wasn't doing anything. Fuck you.

You remember how she never, ever raised her voice. It was the most measured, calm, "fuck you" that you'd ever heard. And you have heard a few.

You wonder how to honor a life so tragic, so seemingly wasted. As the Eucharistic Prayer starts you find yourself pondering: Where is the meaning in all this? Did she, in her own imperfect way, witness to you, in your own imperfect way, the pain of her people? Fighting, wailing, sinking, keening ~ but also surviving, blessing, celebrating. And reminding everyone that if you look at the mountain, look with your soul, you see not Mt. Rainier, but Tahoma, their mountain; and out on Puget Sound, your spirit remembers that you are really on the Salish Sea, their sea; and if you close your eyes and listen you can hear the drums and sense the beauty, then and now. You think of the water protectors at Standing Rock and in Tacoma and Vancouver, and you know that the struggle continues. . .

She was born on the Blackfeet Reservation in Montana, but lived most of her life near the Salish Sea. That's where you picture her as you return from Communion ~ in a canoe, rowing with confidence, Jesus behind her. Her voice is now strong and clear, though still with the lovely native lilt. She faces her demons head on, telling them in no uncertain terms:  Fuck off, Despair! Fuck off, Heroin! I've got Jesus in this fuckin' canoe, and we are heading out to sea!

In honor of Grace, 1957-2018. Go well, my friend!

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cordero perdido


Quizá nunca tenía una oportunidad; quizá la tenía, pero no la aceptó. Cualquiera de las dos podría ser la verdad. O ambas cosas.

Quizá llegó la oportunidad, y no sabía qué hacer con ella.

Mantén esa tensión mientras contemplas su ataúd, ceremonialmente bendecido con salvia and cubierto con una cobija Pendleton. Sujeta la foto que recogiste cuando entraste a la iglesia ~ algo no te permite dejarla. Tus ojos saltan entre el ataúd y la foto. Ay, esa foto! Ella parece tener unos 13 años, llevando un vestido de rayas que parece anunciar que son los 70s. Sonriéndo la torpe sonrisa de la adolescencia, parece feliz y sus ojos están brillando. Eso es lo que te quita el aliento: sus ojos ~ ojos brillantes, perdidos desde hace mucho tiempo cuando tú la conociste por primera vez, vagando por las calles del Centro, buscando el proximo chute. Ojos brillantes que empezaron a desaparecer cuando sintió por primera vez la dulce ráfaga de la heroína en sus venas, la dulzura transformándose pronto en la desesperación y la degradación. Ojos brillantes que murieron tantos años antes de que su cuerpo dio el último aliento.

Ojos brillantes. Ojos muertos.

Otra vez miras la foto. ¿Fue tomada cuando la confirmaron? Está enfrente de un cuadro del Buen Pastor. Y mientras sigue la liturgía, empiezas a charlar con tu amigo Jesús. Porque francamente, no parece que logró encontrar a este cordero perdido, por lo menos no cuando caminaba en esta tierra buena. (Obviamente, has asistido a demasiados funerales como éste, para corderos perdidos como ella.) Puedes sentir que Jesús pone los ojos en blanco, pues él sabe que tú sabes que esto de ser encontrado no es nada sencillo o facilmente explicado. Así que le concedes el beneficio de la duda, porque sabes que es astuto y lleno de sorpresas. Aun así, las palabras acerca de la vida eterna y la consolación que vienen del púlpito suenan falsas.

Empieza a mejorar tu estado de ánimo y te encuentras portándose mal mientras sigue la misa, susurrando recuerdos en el banco de iglesia con unos amigos que también habían experimentado su habilidad asombrante de decirle a la gente, "Chinga tu madre". Con una monotonía calmada, con un poquito del acento nativo, así lo hacía:

¿Tienes un cigarro?
Ya sabes que no fumo.
Pues chinga tu madre.

Vas a tener que salir de Nativity House hoy. No se permite vender drogas aquí.
Pues, yo no hacía nada. Chinga tu madre.

Recuerdas como nunca alzaba la voz. Era la más calmada, controlada "Chinga tu madre" que jamás habías oído. Y has oído muchas.

Te preguntas cómo honrar una vida tan trágica, aparentemente desperdiciada. Mientras empieza la Oración Eucarística, te encuentras pensando: ¿Dónde está el significado en todo esto? Es posible que ella, a su manera imperfecta, te dio testimonio a ti, a tu manera imperfecta, del dolor de su gente? Luchando, llorando, hundiéndose, lamentando ~ pero también sobreviviendo, bendiciendo, celebrando. Y recordándonos: que si miras a la montaña, miras con tu alma, no ves a Mt. Rainier, sino Tahoma, su montaña; y en Puget Sound, tu espíritu recuerda que estás en la Mar Salish, su mar; y si cierras los ojos y escuchas puedes oír los tambores y sentir la belleza, del pasado y ahora. Y piensas de los Protectores Indígenes del Agua en South Dakota y Tacoma y Vancouver, y sabes que la lucha sigue . . .

Nació en la Reservación Blackfeet en Montana, pero vivió la mayoría de sus vida cerca de la Mar Salish. Y es ahí donde la imaginas mientras regresas a tu asiento después de la comunión ~ en una canoa, remando con confianza, Jesús detrás de ella. Su voz ahora es fuerte y clara, pero mantiene el sabor nativo. Se enfrenta a sus demonios, diciéndoles, sin dejar ningún lugar a dudas: ¡Chinga tu madre, Desesperación. ¡Chinga tu madre, Heroína! Yo tengo a Jesús en esta pinche canoa, y vamos rumbo a la mar!

En honor a Grace, 1957-2018. Vaya con Dios, Amiga!