Saturday, October 31, 2009

Delicious Ambiguity

Certainty is the sin of bigots, terrorists, and pharisees. 
Compassion makes us think we may be wrong.
                                                                   ~ Anthony DeMello



Doesn't that make you feel insignificant? That's what he asked me as we peered through our backyard telescope. He'd just explained light years to me ~ I was 8 years old and utterly entranced to be "looking back in time." I had to ask him what insignificant meant and, typical of my dad, he told me to go look it up in the dictionary. Once I did, I knew exactly what he meant. In the coming years I spent many a dreamy afternoon pondering the vastness of the universe and our "insignificant" place in it. I loved to imagine myself just sort of dissolving into the immensity of it all ~ it was my first experience of meditation.

My father, of course, had been referring to cosmic insignificance, but his point was clear, even to an inquisitive 8 year old: Get it in perspective. You are NOT the center of the universe.

Meanwhile, back in my Catholic school classroom, I was hearing just how very significant I was. Created in the image and likeness of God ~ well, it doesn’t get a whole lot more significant than that. It was comforting and empowering to be taught just how important I was. And although it may seem strange, I never thought that these differing perspectives contradicted each other. I just knew that they both resonated with me, and that was that. One did not cancel out the other.

Years later I realize just how fortunate I was to have grown up with a Catholic mother and an agnostic father, neither of whom thought it necessary to try to change the other. Differing beliefs just weren’t an issue. Not only that, but we were the only house in the neighborhood with a statue of the Buddha on the front porch, placed there, ironically enough, by my Catholic mother who had such fond memories of her time living in Japan. That statue mortified me when I was in middle school ~ what would people think? But I came to delight in its presence as I grew older, so much so that Mom’s Buddha now graces my home, gently reminding me to keep my mind and my heart open as I continue my faith journey.

Faith is such a loaded word. Fundamentalists tell us, in no uncertain terms, that faith means believing without questioning. Fundamentalism ~ both religious and political ~ is alive and well in our complex world, and it’s easy to understand why: it provides clear, simple answers in turbulent times, filling a need for what I once heard called our lust for certainty. For fundamentalists of any stripe ~ and that includes rigid atheists ~ the opposite of faith is doubt, and doubt is simply not acceptable when you’ve got all the answers.

Well, that isn’t the kind of faith I’m interested in. I prefer Anne Lamott’s take on this. In her book Plan B: Further Thoughts on Faith, she quotes a Jesuit friend of hers as saying that the opposite of faith is not doubt; the opposite of faith is certainty. It’s certainty ~ and the arrogance that often accompanies it ~ that blocks our spiritual growth, not doubt.

Faith that rejects certainty requires questioning, observing, trusting our own experience and, yes, even doubting. It’s a faith that resists easy answers, celebrating paradox and the fact that there are countless ways to live a soulful life. It is transformative, a way of embracing mystery, without attempting to explain it. It doesn’t really matter what we call that mystery: God, Spirit, Life, or nothing at all. It just matters that we pay attention to its movement as we walk through the joys and the messiness of life. For me, it’s that attention that is the basis of real faith.

Now that my hair is more grey than brown, I’m finding that my faith journey is not so different from that of the stargazing 8 year old from so many years ago. I’m still holding the seeming contradictions lightly, and I still get lost in pondering the immensity of life, death, and the ever-expanding universe. But I now have an acute awareness of how connected we all are, and that informs every aspect of my life; prayer, which some days comes more easily than others, looks something like this:

“To pray is to pay attention to something or someone other than oneself. Whenever a man (sic) so concentrates his attention ~ on a landscape, a poem, a geometrical problem, an idol, or the True God ~ that he completely forgets his own ego and desires, he is praying.” (W.H. Auden)

And on nights when the skies are clear, I greet the constellations ~ familiar friends after so many years ~ and I feel a deep, deep gratitude.  That, I think, is the best prayer of all.

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Deliciosa Ambigüedad

La certeza es el pecado de los intolerantes, los terroristas, y los fariseos.
La compasión nos hace pensar que podríamos estar equivocados.     
                                                                              ~ Anthony DeMello



¿No te hace sentir insignificante? Eso es lo que me preguntó mientras mirábamos por nuestro telescopio en el patio. Él acababa de enseñarme acerca de los años luz ~ yo tenía 8 años y estaba totalmente fascinada con esta idea de mirar hacia atrás en el tiempo. Tenía que preguntarle qué quería decir insignificante y, típico de mi papá, me dijo que buscara la palabra en el diccionario. Al encontrar la definición, entendí exactamente lo que me decía. Durante los años siguientes pasaba muchas tardes distraídas, contemplando la inmensidad del universo y nuestra posición “insignificante” en él. Me encantaba imaginar que me disolvía poco a poco en esa inmensidad ~ fue mi primera experiencia de la meditación.

Mi padre, por supuesto, había estado refiriéndose a una insignificancia cósmica, pero su argumento estaba claro, aún para una niña inquisitiva de 8 años: Ponlo en perspectiva. NO eres el centro del universo.

Mientras tanto, en el salón de mi escuela católica, me decían que era muy importante (significativa). Creada a la imagen y semblanza de Dios ~ pues, no es posible ser más importante que eso. Me consolaba y me animaba oír esta afirmación de mi propio valor. Y aunque parezca extraño, nunca pensé que estas perspectivas diferentes que oía se contradijeran. Sólo sabía que ambas resonaban conmigo, y ya. La primera no cancelaba a la otra.

Años después, me doy cuenta de cuánta suerte tenía, creciendo con una madre católica y un padre agnóstico, ninguno de los dos creyendo que fuera necesario tratar de cambiar al otro. Las creencias diferentes no importaban. Y no solo eso, nosotros éramos la única familia en la vecinidad con una estatua del Buda en el porche, colocado allí, ironicamente, por mi madre católica que tenía tan bellos recuerdos del tiempo que había pasado en Japón. Cuando estaba en la secundaria, sentía verguenza por esa estatua: Qué dirá la gente? Pero llegué a gozar de su presencia, tanto que ahora el Buda de mi mamá bendice mi casa, recordándome suavemente a mantener mi mente y mi corazón abiertos mientras siga mi jornada de fe.

Fe es una “palabra cargada”. Los fundamentalistas nos dicen definitivamente que tener la fe significa creer sin cuestionar. El fundamentalismo ~ religioso y político ~ prospera en nuestro mundo tan complejo, y es muy fácil comprender por qué: ofrece soluciones claras y sencillas en estos tiempos turbulentos, satisfaciendo la necesidad de lo que he oído descrita como “nuestra ansia por la certeza.” Para los fundamentalistas de todas clases ~ y eso incluye a los ateos militantes ~ lo contrario de la fe es la duda. Efectivamente, la duda no es aceptable si uno ya tiene todas las respuestas.

Pues no me interesa esa clase de fe. Prefiero la fe que describe Anne Lamott en su libro Plan B: Further Thoughts on Faith (Más Pensamientos sobre la Fe). Habla de un amigo jesuita que dice que lo contrario de la fe no es la duda; lo contrario de la fe es la certeza. Es la certeza ~ y la arrogancia que muchas veces la acompaña ~ que estorba nuestro crecimiento espiritual, no la duda.

La fe que rechaza la certeza requiere que cuestionemos, observemos, y confiemos en nuestra propia experiencia, y sí, que dudemos de vez en cuando. Es una fe que resiste las soluciones fáciles, celebrando lo paradójico y la realidad de que existen muchas maneras diversas de vivir una vida profunda. Es tranformadora, una manera de abrazar el misterio, sin intentar a explicarlo. No importa qué nombre demos a ese misterio: Dios, Espíritu, Vida, o nada en particular. Lo importante es que prestemos atención a su movimiento mientras caminamos por las alegrías y los líos de la vida. Para mí, es esa atención que forma la base de una verdadera fe.

Ahora que tengo muchas canas, estoy descubriendo que mi jornada de fe no es tan diferente de esa de la niña soñadora de tantos años atrás. Todavía sostengo ligeramente las aparentes contradicciones, y todavía me pierdo en la contemplación de la inmensidad de la vida, la muerte, y el universo en expansión. Pero ahora veo claramente lo conectado que somos todos, y eso afecta todos los aspectos de mi vida; la oración, que unos días resulta más fácil que otros, va algo así:

“Rezar es prestar atención a algo o a alguien aparte de uno mismo. Cuando un hombre (sic) fija su atención ~ en un paisaje, una poesía, un problema geométrico, un ídolo, o el Verdadero Dios ~ que completamente se olvida de su propio ego y sus deseos, él está rezando.” (W.H. Auden)

Y en las noches cuando el cielo está despejado, les saludo a mis viejos amigos, las constelaciones, y siento una intensa gratitud.  Esa es, yo creo, la mejor oración de todas.